Ayer tuvimos club de lectura sobre la novela
Oso, de Marian Engel, con traducción de Magdalena Palmer, en la librería
Intempestivos de Segovia.
Más allá de las relaciones de la protagonista, una bibliotecaria llamada Lou, con el oso del título, más allá de lo nada o muy escandalosas que esas relaciones les puedan parecer a algunos lectores y más allá del pequeño terremoto interior que puedan causar, la novela es excepcional desde la primera página por atreverse a tratar el tema que es en realidad la esencia del libro: la facilidad y la naturalidad con que una mujer se dispone a sobrevivir sola en una isla canadiense, a ejercer su trabajo, a amar a quien quiere amar y, además, ser feliz. Tras leer las descripciones que Marian Engel hace del entorno, de la llegada de Lou a su isla, de su soledad, su adaptación a la incomunicación, su comunión diaria con los libros que ha de catalogar, sus paseos, sus baños y, sobre todo, su transformación mental y física (pasa de tener una mente dependiente a sentirse liberada, de tener un cuerpo de silla y sedentarismo a sentirse fuerte), dan ganas, como mínimo, de empezar el libro de nuevo.
En el club hablamos también de la maravillosa manera que tiene la autora de no antropomorfizar al oso, de no cargarle de cualidades humanas, de no hacer del animal una caricatura Disney, y de esa mansión victoriana en la que Lou se instala para llevar a cabo su labor de catalogación de libros y que pertenecía, en principio, a un excéntrico coronel. Y digo en principio, porque él resultó ser ella.
Después de leer
Oso, supe que en algunas universidades la novela forma parte del plan de lecturas de la asignatura de ecofeminismo, un término que no había oído en mi vida, pero que me resultó perfecto para unir dos de los temas que más me interesan en la actualidad. Así que tengo ya dispuesto para este verano el libro
Ecofeminismo para otro mundo posible, de Alicia H. Puleo, publicado por Cátedra. La sucesión de lecturas se establece siempre de la misma manera, es evidente: un libro lleva a otro.