«Sir Paul McCartney afirmó una vez que si los mataderos tuvieran paredes de cristal, todos seríamos vegetarianos. Creía que si supiéramos la verdad sobre la producción de la carne, seríamos incapaces de seguir comiendo animales.
Sin embargo, conocemos algo de la verdad. Sabemos que la producción de carne es un proceso sucio, pero decidimos no saber hasta qué punto. Sabemos que la carne viene de los animales, pero preferimos no establecer la relación. Y, con frecuencia, comemos animales y decidimos no saber ni siquiera que hemos decidido hacerlo. Las ideologías violentas están estructuradas de modo que no solo es posible, sino que es inevitable que seamos conscientes de una verdad incómoda a un nivel, pero que seamos ajenos a ella en otro. El fenómeno de saber sin saber es común a todas las ideologías violentas. Y esta es la esencia del carnismo.
En todas las ideologías violentas se establece un contrato implícito entre el productor y el consumidor para no ver el mal, no oír el mal y no decir el mal. Sí, cierto, la agroindustria animal se esfuerza para que sus secretos permanezcan ocultos. Pero nosotros les facilitamos el trabajo. Nos dicen que no miremos, y apartamos la mirada. Nos dicen que los miles de millones de animales que no vemos jamás viven al aire libre en explotaciones tranquilas y, por ilógico que sea, no lo ponemos en duda. Les facilitamos el trabajo porque, a algún nivel, la mayoría de nosotros no quiere saber cómo son las cosas en realidad.»
La autora de este libro, Melanie Joy, profesora de psicología y sociología en la universidad de Massachusetts, llama «carnismo» al «sistema de creencias que nos condiciona a comer unos animales determinados», es decir, vaca y no perro. Sostiene que «en la mayor parte del mundo actual, las personas no comen carne porque lo necesiten, sino porque deciden hacerlo. Y las decisiones siempre se derivan de las creencias, aunque la invisibilidad del carnismo explica que estas decisiones no parezcan decisiones en absoluto».
No estoy leyendo este libro como leo otros, es decir, de manera continuada, un día tras otro, hasta acabarlo. Lo voy leyendo poco a poco, los fines de semana principalmente, mientras termino los demás. Y no porque no me guste o porque esté mal escrito o no sea lo que esperaba, sino porque la crudeza de las descripciones, la explicación de cómo la matanza de animales a nivel industrial acaba no sólo con los propios animales sino también con los trabajadores de los mataderos, con el medio ambiente y, al final, con la salud de los consumidores, hacen que prefiera mantener una dosis semanal de lectura controlada, la justa para asimilar lo que leo y no desfallecer ante un horror tan bestia que parece irreal, aunque todos sepamos que es diariamente real. Cada página es una bofetada y la sucesión de datos, de exposiciones directas y detalladas del proceso de matanza, junto a los testimonios de los propios matarifes, ocasionan una violencia que me hace llegar a la conclusión, mientras leo, de que éste es el libro más gore (y revelador) que se ha publicado en mucho tiempo.
Este fragmento que viene a continuación no está elegido adrede para sobrecoger ni impresionar. Es sólo uno más:
«La regla de oro en las plantas de despiece de carne es: "La cadena no para". Nada puede entorpecer las producción. Ni fallos mecánicos ni averías ni accidentes. Las carretillas elevadoras chocan, las sierras se sobrecalientan, a los trabajadores se les caen los cuchillos, se cortan, se desmayan y caen inconscientes al suelo… y cadáveres sanguinolentos pasan por encima de ellos mientras la cadena sigue su camino… Un trabajador me dijo: "He visto a matarifes al borde del desmayo, sangrando a borbotones porque se han cortado una vena y, entonces, llega el encargado de la limpieza con la lejía para limpiar el suelo, pero la cadena nunca se para. Nunca se para.»
Y luego la carne la encontramos en el supermercado, tan bien ordenada y dispuesta en su bandeja blanca, preparada para que podamos comerla día tras día, con toda su historia, su barbarie, hormonas y antibióticos perfectamente silenciados bajo el plástico que le da a la mercancía ese aire de limpieza y transparencia. Todo bien embalado para que sintamos que vamos a tragar y a integrar en nuestro organismo algo puro y saludable. Cuando no lo es en absoluto. Ni el principio ni el desarrollo ni el fin.