Quizá en la novela de François D’Epenoux en que se basa esta película no se adivine hasta las páginas finales lo que realmente le está sucediendo al protagonista, con lo que el lector se llevará una buena sorpresa y empezará a comprender de inmediato el comportamiento tan desmedido e inexplicable que el personaje principal despliega (al menos en la película) desde las primeras imágenes. Pero lo malo es que en Dejad de quererme no hay más que ver la mala cara que tiene Antoine (un publicista de 42 años interpretado por el actor Albert Dupontel) para darse cuenta de lo que está intentando conseguir este hombre que, de repente y sin motivo aparente, se convierte en un ser agresivo, grosero y bastante insoportable. No obstante, y a pesar de que esa campanada final tan reveladora no se da en la película, hay que decir que el viaje interior y exterior (hacia Irlanda) que emprende Antoine es de lo más intenso y emotivo que he visto en la pantalla en mucho tiempo. La imagen de un hombre solo que viaja en un inmenso ferry que se va alejando poco a poco de Francia posee tintes que podríamos calificar de épicos.
En invierno, las focas Weddell viven bajo el hielo. No se las ve en la superficie. Llegan a profundidades asombrosas (seiscientos metros) para buscar comida. Resisten la presión gracias a su esqueleto, tan peculiar. Venimos de los océanos y con los océanos soñamos. También leemos.
miércoles, 20 de agosto de 2008
Dejad de quererme
Quizá en la novela de François D’Epenoux en que se basa esta película no se adivine hasta las páginas finales lo que realmente le está sucediendo al protagonista, con lo que el lector se llevará una buena sorpresa y empezará a comprender de inmediato el comportamiento tan desmedido e inexplicable que el personaje principal despliega (al menos en la película) desde las primeras imágenes. Pero lo malo es que en Dejad de quererme no hay más que ver la mala cara que tiene Antoine (un publicista de 42 años interpretado por el actor Albert Dupontel) para darse cuenta de lo que está intentando conseguir este hombre que, de repente y sin motivo aparente, se convierte en un ser agresivo, grosero y bastante insoportable. No obstante, y a pesar de que esa campanada final tan reveladora no se da en la película, hay que decir que el viaje interior y exterior (hacia Irlanda) que emprende Antoine es de lo más intenso y emotivo que he visto en la pantalla en mucho tiempo. La imagen de un hombre solo que viaja en un inmenso ferry que se va alejando poco a poco de Francia posee tintes que podríamos calificar de épicos.
martes, 19 de agosto de 2008
Adiós Bretaña, adiós
En bretón es Breizh y, además de dulce música y costas salvajes, posee lugares cuyos nombres evocan castillos plagados de historias fantásticas, hadas, lagos, bosques impenetrables y un sinfín de leyendas. Todo ello es incierto, pero es también (y a la vez) cierto, además de sutil e inabarcable. Mientras descubría Finisterre y Morbihan he leído Amigos y amantes, de Iris Murdoch, una novela que no ha terminado de convencerme pero que está ya vinculada al mar, a la belleza y al encanto de los paisajes.
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