En bretón es Breizh y, además de dulce música y costas salvajes, posee lugares cuyos nombres evocan castillos plagados de historias fantásticas, hadas, lagos, bosques impenetrables y un sinfín de leyendas. Todo ello es incierto, pero es también (y a la vez) cierto, además de sutil e inabarcable. Mientras descubría Finisterre y Morbihan he leído Amigos y amantes, de Iris Murdoch, una novela que no ha terminado de convencerme pero que está ya vinculada al mar, a la belleza y al encanto de los paisajes.