El martes pasado fuimos al Teatro Circo Price a ver a Andrew Bird, que daba en Madrid el último concierto de su gira europea. Teníamos ganas de ver algo excepcional y yo, además, de hacer de espectadora. De asistir a algo especial que me entretuviera y que me sacara de mí y de la sensación diaria de estar trabajando al máximo para dar lo mismo que antes daba con la mitad de esfuerzo. Quería pasar unas horas entregada a algo ajeno, sin tener que participar más que con aplausos de agradecimiento. Y vaya si lo agradecí. Y vaya si aplaudí. Este hombre es muy generoso, muy virtuoso y muy amable, o, al menos, esa fue la impresión que nos llevamos los que estábamos allí, meciéndonos al ritmo de unos sonidos que tan pronto imitaban el habla de los delfines a golpe de violín como nos llevaban a un inmenso campo de cereales, algodón o ganado en medio de un paisaje típico de cualquier región sureña. Silbó, cantó, nos habló y nos hizo presenciar en directo, ante él, lo que es tener talento y poseer el don de crear belleza con una (aparente) simplicidad hipnótica. De hecho, en más de una ocasión me descubrí con la boca directamente abierta, de pura admiración, y también de emoción en el momento de Bein' Green o de Fake Palindromes. Dejo aquí Why?