martes, 4 de diciembre de 2007

Eco y el saber anacrónico

El narrador y personaje principal de la hipnótica y esotérica novela de Umberto Eco El péndulo de Foucault se llama Casaubon, y es un ser privilegiado que decide inventarse un trabajo que le apasiona y en el que, además, es bueno. Resulta que Casaubon llega un día a la reveladora conclusión de que sabe muchas cosas inconexas, ya que ha ido acumulando datos y más datos en la cabeza, y ahora es capaz de relacionar unas nociones con otras en un espacio de tiempo relativamente corto. A él le gustaría enunciar una teoría sutil con la que henchir de satisfacción su orgullo y que, además, hiciera de él un filósofo, pero ya que se ve incapaz de semejante proeza, se lanza, con un candor muy al estilo USA, a montar un despacho de indagación cultural en el que se convierte en una especie de investigador del saber.

Por medio de esas tarjetitas de cartulina que todos conocemos, y que hoy, en la era de Internet, han quedado un tanto relegadas al museo de las curiosidades, confecciona un fichero artesanal para recoger en él la memoria acumulada de sus propias lecturas y pesquisas en bibliotecas, y luego se dispone a esperar en su agencia, con los pies sobre la mesa, naturalmente, como haría cualquier detective, a que llegue el primer cliente.

Leí hace muchísimos años El péndulo de Foucault, cuando aún estudiaba en la Facultad de Derecho, y cuando todavía pensaba que en el mundo existían cientos de Casaubones importantes, admirados, y muy cotizados. Releyendo ahora las páginas en las que Umberto Eco describe la coherente dispersión del saber de su personaje, y viendo que lo esencial en la actualidad no es saber, sino hacer creer que se sabe hablando con una feroz contundencia y pronunciando frases manidas, huecas, y mejor cuanto más dogmáticas, comprendo que lo normal sea considerar que el saber de Casaubon no es ni deslumbrante ni necesario. Hoy, el pobre Casaubon estaría en el paro y se dedicaría a hacer blogs que nadie leería.
(Diario Metro. 3-12-07)