Katherine Mansfield
En invierno, las focas Weddell viven bajo el hielo. No se las ve en la superficie. Llegan a profundidades asombrosas (seiscientos metros) para buscar comida. Resisten la presión gracias a su esqueleto, tan peculiar. Venimos de los océanos y con los océanos soñamos. También leemos.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
lunes, 15 de junio de 2009
Aunque no me reconozca…
Lo cierto es que en esta sesión de fotos para YoDona YoSoy la que está sentada en el suelo. Es muy curioso recuperar esta fotografía y recordar cómo fue la experiencia: todo un día haciendo de modelo con diferentes vestidos, posando (como se ve aquí) durante horas, siguiendo con dificultad diversas instrucciones sobre cómo girar el cuello y cómo entreabrir los labios, comiendo muy poco, y en un estado de asombro e irrealidad que no creo que vaya a repetirse jamás. Es una foto del año 2005, cuando gané el Premio Ojo Crítico de Narrativa. Para la portada y las páginas centrales del número especial de Fin de Año, la revista nos convocó a doce mujeres que debíamos hablar de lo que había sido para nosotras el año que ya terminaba y conversar sobre lo que esperábamos del siguiente… Ahora me hace gracia recordarlo. Me parece un momento de ingenuidad cargado de una especie de inconsciencia candorosa. Pero en aquella época, junto a mi compañera de foto (Tania Pardo, comisaria por entonces en el MUSAC), me preguntaba si no estaría en un lugar demasiado extraño para mí, demasiado ajeno a lo que se supone que es la labor diaria de la escritura y a lo que implica esa labor: mucho encierro y poca exposición a cámaras fotográficas y a luces directas sobre los ojos.
Entre los cuatro varones que nos miraban con tanta atención se encontraban el encargado de vestuario y el maquillador. Recuerdo que fue todo muy acelerado y muy enloquecido, con cierto aire de trascendencia en cada decisión que se tomaba acerca de qué nos poníamos y de cómo nos poníamos. Todo parecía importante. Y nosotras éramos los objetos en torno a los que giraba toda esa importancia… Ahora no estoy segura de si aceptaría una propuesta parecida, de si repetiría lo que hice, pero sí me alegra haberlo hecho entonces, y lo único que lamento es no haberlo disfrutado más. Haber tenido tantos prejuicios y tantos escrúpulos. Habrá quien se dedique a hacer estas cosas todos los días, pero para mí fue algo diferente. Algo singular. Y, en casos así, lo mejor es disfrutar y divertirse.
martes, 17 de marzo de 2009
lunes, 9 de marzo de 2009
Ivy house
¿Querría yo hacerme aborigen y largarme con un hatillo a la espalda a recorrer tierras australianas? ¿Querría vivir en el piso 24 del edificio más alto de EE.UU.? ¿Lucir sonrisa y tipazo ante mil cámaras de fotos por una alfombra roja cinematográfica?
Pues no: sólo estar en una casa cuyo exterior aparezca invadido por las hiedras. Sin dolor de cabeza, sin estar cansada, sin pensar en nada repetitivo... Sólo leer, escribir, traducir y aprender. Quizá llamar por teléfono. No pensar en nada repetitivo... Sólo leer, escribir, traducir. Y aprender. Qué sueños tan humildes, los míos. Y ni así.
Pues no: sólo estar en una casa cuyo exterior aparezca invadido por las hiedras. Sin dolor de cabeza, sin estar cansada, sin pensar en nada repetitivo... Sólo leer, escribir, traducir y aprender. Quizá llamar por teléfono. No pensar en nada repetitivo... Sólo leer, escribir, traducir. Y aprender. Qué sueños tan humildes, los míos. Y ni así.
jueves, 19 de febrero de 2009
martes, 17 de febrero de 2009
Écrire
Decía Marguerite Duras que no entendía qué hace con su tiempo la gente que no escribe. Yo llevo un par semanas sin escribir, casi, haciendo lo que se supone que puede hacer la gente que no escribe. He cocinado, he dedicado algo de tiempo a llamar a amigos con los que llevaba siglos sin hablar, he salido de casa, he hecho ejercicio y, básicamente, me he dedicado a dar clases prácticas de conducir con la ¿ingenua? pretensión de aprobar el examen algún día y tener el carnet. Ahora ya sé qué se puede hacer con el tiempo cuando no se escribe. Y me gusta.
Cuando no escribo, pienso que está bien dedicarse a otra cosa y no escribir. No andar a todas horas con la cabeza metida entre las letras de un teclado, aunque no se esté delante de un teclado. Pero cuando escribo pienso que no hay nada igual. Que cualquier otra actividad es secundaria y aplazable. ¿Se deberá a que soy un prototípico animal de costumbres y que, por tanto, me dejo arrastrar por la rutinaria disposición del día a día (sea cual sea esa disposición y sea cual sea ese día a día)?
Cuando no escribo, pienso que está bien dedicarse a otra cosa y no escribir. No andar a todas horas con la cabeza metida entre las letras de un teclado, aunque no se esté delante de un teclado. Pero cuando escribo pienso que no hay nada igual. Que cualquier otra actividad es secundaria y aplazable. ¿Se deberá a que soy un prototípico animal de costumbres y que, por tanto, me dejo arrastrar por la rutinaria disposición del día a día (sea cual sea esa disposición y sea cual sea ese día a día)?
domingo, 25 de enero de 2009
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