Dice Punset en su libro El viaje a la felicidad que lo peor que se le puede hacer a un animal y a los humanos es aterrorizarlos. Un ser aterrorizado pierde la autoestima, el afán de superación, el optimismo y el deseo de mirar más allá. Lo curioso es que vivimos en un estado casi permanente de terror (a perder el trabajo, a no poder pagar la hipoteca, a la violencia de nuestro entorno, a quedarnos solos), anticipando sucesos que no han ocurrido y que tal vez no lleguen a ocurrir nunca. Y, con todo, pretendemos ser felices.
Hace poco me llamó la atención uno de los mensajes que leí en un foro acerca de los conciertos que el cantante de Pearl Jam va a dar en la costa este de EE.UU. durante el mes de agosto. Entre los muchos correos de entusiasmo ante la noticia, había uno de una seguidora que celebraba que las funciones de Nueva York no fueran el día 11 porque, decía, se sentía incapaz de viajar a la ciudad en esas fechas a causa de la pequeña hipocondría que aún le quedaba desde los atentados. Estaba dispuesta a perderse algo para ella extraordinario a causa de un miedo bastante irracional: el mismo miedo paralizante que nos ancla en lo cotidiano, en lo ya aprendido, y que evita que deseemos viajar, confiar o probar cosas nuevas.
Todo lo contrario a ese miedo lo he encontrado en una película que se estrenó hace un par de semanas y que no se exhibe en muchas salas. Cómo cocinar tu vida es un documental que cuenta la historia de un hombre (Edward Brown) que, basándose en la filosofía zen, se dedica a enseñar a los demás a cocinar. Con ejemplos gastronómicos y sin dogmatismos, Brown pone en tela de juicio muchas de nuestras más firmes creencias y nos plantea, por ejemplo, que la fruta no ha de tener una forma o un color prefijados para resultar deliciosa, que lo perfecto no siempre resulta más interesante que lo imperfecto, y que a veces sólo es necesario mirar al lobo desde otro ángulo para averiguar qué hacer con él.
(Diario Metro. 17-07-08)