Mary Moody Emerson fue una dama excéntrica, independiente y enérgica que nació en 1774 en Concord, Massachusetts, y que ejerció una notable influencia sobre la educación de su sobrino Ralph Waldo Emerson, el ensayista y filósofo estadounidense. La señora Mary Moody tenía una manera muy propia de ver la vida, podía comportarse de manera un tanto extraña y, al parecer, era capaz de resultar feroz en sus críticas. Para Emerson, su tía Mary representaba el inconformismo, y solía anotar en sus diarios ciertas frases que la mujer soltaba de vez en cuando. Entre ellas, la siguiente: «La prisa es para los esclavos».
Ahora que se acercan las vacaciones, ahora que revisamos los panfletos publicitarios de las agencias de viajes en busca de lo bueno, lo bonito y lo barato con una mezcla de agobio y de infantil credulidad, ahora que nos vemos recorriendo los fiordos noruegos en tiempo récord o encerrados en un resort caribeño, bien aisladitos y conscientes de los horarios para el snorkel, y ahora que por fin recibimos el anhelado y sabroso hueso (o no tan sabroso) como buenos perritos, meneando la cola sin querer pensar en las servidumbres posteriores, resulta que me viene a la cabeza la frase de la dama Mary Moody. Al hablar de esclavos, la mujer se refería, supongo, a los de su país, en el sentido más literal del término. No estaría pensando en una sociedad futura compuesta por seres libres que se autoesclavizan sometiéndose a hipotecas, apretadas agendas, facturas y una sangrante falta de tiempo que nos hace, por ejemplo, mandar a los niños al campamento urbano más prolongado (con desayuno y comida) justo el día siguiente al de las vacaciones escolares. O que nos induce a recorrer Europa en una semana, en autocares «de lujo» y con un guía que nos lleva de la mano de hotel en hotel. O que nos hace desear que todo suceda de manera vertiginosa y acelerada porque de lo contrario podría parecer que nos aburrimos. ¿Prisas? ¿Esclavos?
(Diario Metro. 02-07-08)